Tienes una vocación a ser empresario; un llamado a formar empresa y a crear valor en la sociedad a través de los productos o servicios que ofreces. Es posible que hayas tenido la convicción de emprender desde hace muchos años. Tal vez heredaste el negocio familiar o las estrellas se alinearon y una oportunidad te llevó a fundar tu compañía. Sea como sea, aquí estás. Generas valor y creas empleos.
Digo que tienes vocación porque este deseo de formar una empresa y los dones para llevarlo acabo vienen de Dios. Tú lo sabes. Y es que es solo cuestión de observar y meditar en tu corazón todo lo que ha sucedido para darte cuenta que es por él que estás donde estás. «Sin mí nada podéis hacer.», dice Jesús en el evangelio de Juan. Aunque hay una parte de ti (tu ego) que se retuerce ante esta idea, en lo profundo reconoces que todo lo que tienes viene de Dios y que, sin él, no tendrías nada.
Además de ser empresario, Jesús te ha hecho otro llamado más profundo y trascendente. Dios te ha hecho la invitación a ser su discípulo; a seguirlo a donde quiera que vaya y a imitarlo en todo. De hecho, el ser empresario parece ser parte de esta metavocación (si pudiéramos llamarla así). Como si dirigir un negocio fuera tu respuesta coherente a tu llamado como discípulo.
Eres empresario y discípulo y esto tiene implicaciones. San Josemaría Escrivá de Balaguer le llamaba a esto unidad de vida. Esto se refiera a una unidad existencial en donde los diversos parámetros antropológicos adquieren un significado especial a la luz de la relación íntima y personal de uno con Jesús. En otras palabras, como discípulo de Cristo estás llamado a poner a Dios en el centro de todas áreas de tu vida, incluyendo la empresa, familia, amigos, vida privada, etc.
Para un empresario, implicaría poner a Cristo en el centro de su empresa y hacerse él a un lado. O visto de otro modo, implicaría que renuncie a su título de dueño y se lo dé a Jesús, tomando él ahora el título de siervo y administrador.
Los cristianos tenemos un llamado universal a la santidad. Necesitamos detenernos a ponderar el peso y el significado de estas palabras. Estamos llamados a ser santos. Pero… ¿qué significa ser santo? Bueno, esto significa literalmente «estar apartados para Dios» o, en otras palabras, «estar consagrados para Dios». Así que todos los cristianos estamos llamados a llevar una vida «apartada» o «consagrada» para Dios.
Para el cristiano que ha experimentado el amor de Dios a través de la Cruz y Resurrección de Cristo, no admite para sí mismo otra respuesta a Dios mas que apartar su vida y entregársela por completo por amor y gratitud. Y es que como dicen, «amor con amor se paga». Y es justo aquí donde vemos hacerse vida la parábola de la «perla preciosa» en la que un comerciante de perlas finas, al encontrar una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene y la compra (Cf. Mt 13,45-46).
Para el empresario, su llamado a la santidad no es distinto a la del resto de los cristianos. El hombre o mujer de negocios está llamado a consagrar su vida para Dios; toda su vida, incluyendo: familia, empresa, posesiones, aspiraciones, etc.
Sin embargo, este llamado no viene como una carga, sino como un anhelo. El empresario cristiano anhela profundamente entregárselo todo a Jesús. Desea ardientemente consagrarse a Dios y apartar su vida y su empresa para él. El dueño de empresa que ha conocido a Cristo reconoce que su compañía fue un regalo de Dios a él y ahora quiere regresarla a su verdadero dueño. La empresa que ha construido, muchas veces desde cero, se convierte en una de las cosas que sin titubear va y vende para poder adquirir la perla preciosa que es Cristo mismo.
Oración de San Ignacio de Loyola
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad.
Todo mi haber y mi poseer
Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro.
Disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia,
que éstas me bastan.